La censura es una práctica determinante para mantener el pensamiento único entre los súbditos. En la nacionalcatólica España de Franco no bastaba con una censura, teníamos dos: una censura religiosa y otra civil.
Los censores de la Iglesia, encargada del control social, moral y doctrinal, hacían constar en las publicaciones la inscripción Nihil obstat (abreviatura de nihil obstat quominus imprimatur, no existe impedimento para que sea impresa). Respecto a la censura civil, por la Ley de prensa de 22 de abril de 1938, la prensa pasaba a convertirse en transmisora de los valores oficiales e instrumento de adoctrinamiento político y los periodistas se transustanciaban en dignos trabajadores al servicio de España.
En cierta ocasión, según cuenta Juan Eslava Galán en De la alpargata al seiscientos, un joven de la localidad de Oliva de la Frontera (Badajoz), que estrenaba una moto de segunda mano, se presentó en casa de su novia para invitarle a dar un paseo. La chica, de intachable moral y de familia cercana al Régimen, pidió el permiso paterno y, aunque a regañadientes, se le concedió.
Delante de la familia, y de los curiosos, subió a la moto a mujeriegas (con las dos piernas a un lado) y le dijo a su novio: cuando quieras. Dio unas vueltas por el pueblo y, con la excusa de probar la moto en carretera, salió del pueblo hasta un paraje escondido donde paró la moto… ¡Bájate, que hoy no te salva ni Franco!
Ese mismo día la pareja de la Guardia Civil se presentó en casa del muchacho y se lo llevó al cuartelillo. El día del juicio no se le ocurrió otra cosa que alegar que su novia, delante de muchos testigos, había dicho cuando quieras… Fue condenado tanto por abusos deshonestos como por ofender al jefe del Estado (¡Bájate, que hoy no te salva ni Franco!).
Un periodista publicó en un diario de Sevilla… “Condenado por abusos deshonestos y ofensas al jefe de Estado“. El censor estuvo rápido y obligó a modificar aquel titular que daba a entender que el jefe del Estado había sido mancillado.
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