domingo, 24 de febrero de 2013

Goebbels: los 11 principios de la propaganda

Joseph Goebbels, ministro de propaganda nazi desde 1930, simplificó en 11 los principios básicos de la propaganda:
1. Principio de simplificación y del enemigo único. Adoptar una única idea, un único símbolo: individualizar al adversario en un único enemigo.
2. Principio del método de contagio. Reunir diversos adversarios en una sola categoría o individuo. Los adversarios han de constituirse en una suma individualizada.
3. Principio de la transposición. Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque. “Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan”.
4. Principio de la exageración y desfiguración. Convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en una amenaza grave.
5. Principio de la vulgarización. “Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tiene gran facilidad para olvidar”.
6. Principio de orquestación. “La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentadas una y otra vez desde diferentes perspectivas pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas”. De aquí viene también la famosa frase: Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad”.
7. Principio de renovación. Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que cuando el adversario responda el público esté ya interesado en otra cosa. Las respuestas del adversario nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones.
8. Principio de la verosimilitud. Construir argumentos a partir de fuentes diversas, a través de los llamados globos sondas o de informaciones fragmentarias.
9. Principio de la silenciación. Acallar las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen el adversario, contraprogramando con la ayuda de medios de comunicación afines.
10. Principio de la transfusión. Por regla general la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales; se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas.
11. Principio de la unanimidad. Llegar a convencer a mucha gente que se piensa “como todo el mundo”, creando impresión de unanimidad.
http://www.ushmm.org/wlc/en/media_ph.php?ModuleId=10005678&MediaId=2677
http://es.wikipedia.org/wiki/Joseph_Goebbels
 

sábado, 23 de febrero de 2013

Fordismo y toyotismo

El fordismo comenzó con la producción del primer automóvil a partir de 1908, con una combinación y organización general del trabajo altamente especializada y reglamentada a través de cadenas de montaje, maquinaria especializada, salarios más elevados y un número elevado de trabajadores en plantilla. Fue utilizado posteriormente en forma extensiva en la industria de numerosos países, hasta la década de los 70 del siglo XX, cuando fue reemplazada por el toyotismo, que se destaca de su antecesor básicamente en su idea del trabajo flexible, el aumento de la productividad a través de la gestión y organización (just in time) y el trabajo combinado. 
La eficacia del método se basa en los llamados “cinco ceros”: cero errores, cero averías, cero retrasos, cero papel (disminución de la burocracia de supervisión y planeamiento) y cero existencias (sólo producir lo que ya está vendido, no almacenar ni producir en serie como en el fordismo).

http://thisisnthappiness.com/
http://es.wikipedia.org/wiki/Toyotismo
http://www.monografias.com/trabajos28/fordismo-toyotismo/fordismo-toyotismo.shtml

sábado, 9 de febrero de 2013

Gramsci y los elefantes

Para domar a los elefantes, cuando son pequeños, les atan la pata a un poste de madera del que no pueden escapar. Al hacerse mayores, los elefantes creen que es imposible soltarse, ni lo intentan.
Conocido como el "marxista de las superestructuras", Gramsci atribuyó un papel central a las complejas relaciones (el agenciamiento) entre infraestructura y superestructura, esto es, entre la base real de la sociedad, (que incluye las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción) y la "ideología", (sistemas de ideas, doctrinas y creencias de una sociedad), a partir del concepto de "bloque hegemónico".
Según ese concepto, el poder de las clases dominantes no está dado simplemente por el control de los aparatos represivos del Estado: si así fuera, dicho poder sería relativamente fácil de derrocar, bastaría con oponerle una fuerza equivalente o superior que trabajara para las clases dominadas.
Para Gramsci, este poder se basa fundamentalmente en la "hegemonía" cultural que las clases dominantes logran ejercer sobre las clases sometidas, a través del control del sistema educativo, de las instituciones religiosas y de los medios de comunicación.
A través de estos medios, las clases dominantes "educan" a los dominados para que estos vivan su sometimiento y la supremacía de las primeras como algo natural y conveniente, inhibiendo así su potencialidad revolucionaria. Así, por ejemplo, en nombre de la "nación" o de la "patria", las clases dominantes generan en el pueblo el sentimiento de identidad, de unión sagrada con los explotadores, en contra de un enemigo exterior y en favor de un supuesto "destino nacional". Se conforma así un "bloque hegemónico" que amalgama a todas las clases sociales en torno al proyecto de la burguesía.
 
Gramsci explica de este modo cómo una sociedad aparentemente libre y culturalmente diversa es en realidad una sociedad dominada por una de sus clases: las percepciones, explicaciones, valores y creencias de esta clase llegan a ser vistos como la norma, transformándose en los estándares de validez universal o de referencia en la sociedad... cuando no son más que un poste de madera.

jueves, 7 de febrero de 2013

La prostitución en Roma


La prostitución se consideraba indispensable para el buen funcionamiento de la sociedad romana, ya que cumplía una función de regulación social que permitía canalizar los impulsos sexuales masculinos, impidiendo llevar a cabo relaciones sexuales ilícitas dentro del grupo de las castas e idealizadas matronas, el ideal femenino oficial de la sociedad romana, que representaba a la fiel esposa y la madre devota. Recurrir a ella no era nada deshonroso y, por ello, la prostitución era perfectamente visible en la sociedad romana. Catón el Viejo escribió que "es bueno que los jóvenes poseídos por la lujuria vayan a los burdeles en vez de tener que molestar a las esposas de otros hombres".

Las prostitutas pagaban impuestos, tenían que inscribirse en registros para llevar a cabo su actividad (llegaron a contabilizarse más de 30.000) y hasta celebraban su propio día de festividad: el 23 de diciembre.

El precio de un servicio era relativamente barato (las tarifas equivalían a las de una copa en un taberna) con lo que los burdeles se convirtieron en lugares idóneos para la clase media. Prácticamente realizaban cualquier tipo de servicios, aunque el más costoso, al ser para ellas el más repugnante, era la felación. Los prostíbulos estaban señalizados en la calle con un enorme falo sobre la calzada, que era iluminado por la noche y que, generalmente, era decorado con murales alusivos al sexo. En las puertas de las habitaciones (o fornices*) era habitual encontrar una lista de precios y servicios y un dibujo en el que se hacía referencia a su especialidad. Aparte de los lupanares, que tenían licencia municipal, el sexo podía también tener lugar en las calles (la palabra prostituta viene de pro statuere y significa estar colocado delante, mostrarse), y en otros lugares públicos.

Las prostitutas que estaban registradas en las listas públicas eran conocidas como meretrices mientras que las prostibulae ejercían su profesión donde podían, librándose del impuesto. Dependiendo de los lugares donde ejercían eran conocidas como ambulatarae (recibían ese nombre por trabajar en la calle o en el circo), lupae (trabajaban en los bosques cercanos a la ciudad), bustuariae (se encontraban en los cementerios), fornicatrices (las que ejercían bajo los arcos* de puentes o edificios) o forariae (que trabajaban en los caminos rurales próximos a Roma y sus principales clientes eran los viajeros).

Las prostitutas de más alta categoría eran conocidas como delicatae y tenían entre sus clientes a senadores, negociantes o generales. También había prostitutos. De hecho, las prostitutas romanas se quejaban de la competencia de estos últimos. En efecto, contratar a un joven agraciado salía bastante más caro porque se consideraba una mercancía de gran calidad.

*El verbo fornicar, según las fuentes, puede provenir de las fornices, que eran las celdas donde las prostitutas recibían a sus clientes, o del término fornix, que sigifica arco.

http://www.historia-del-arte-erotico.com/romano/index.htm
http://gara.naiz.info/paperezkoa/20110105/241213/es/En-Antigua-Roma-aceptar-penetracion-era-situarse-una-posicion-inferioridad-social

martes, 5 de febrero de 2013

Historia de la estupidez. Tabori

Una ligera proporción de estupidez es tan improbable como un ligero embarazo.
 
En su Historia de la estupidez humana, cuenta Paul Tabori que, durante la edad moderna, las piernas de los cortesanos ingleses sufrieron duras pruebas, impuestas por las minucias del ceremonial.
En 1547, el mariscal Vieilleville fue invitado a almorzar con el rey Eduardo VI. En sus memorias describe la escena con conmovida indignación:
Los Caballeros de la Jarretera servían la mesa. Llevaban los platos, y cuando se acercaban a la alta mesa, se arrodillaban. Recibía los platos el Lord Chambelán, y de rodillas los ofrecía al Rey. A los franceses nos parece harto extraño que caballeros de las más famosas familias de Inglaterra, estadistas y generales eminentes deban arrodillarse de ese modo; cuando entre nosotros aún los pajes sólo se arrodillan en la puerta, en el momento de entrar al salón.”
Esta costumbre se mantuvo hasta el reinado de Carlos II, de Inglaterra. El conde Filiberto de Gramont, famoso por su lengua viperina, contempló las genuflexiones de los servidores la primera vez que fue invitado a un banquete de la corte. El conde, que había sido desterrado de Francia a causa de cierto escandaloso affaire con una de las amantes de Luis XIV, fue preguntado por Carlos:
-¿Verdad que no es lo mismo en su país? ¿Sirven de este modo al rey de Francia?
El conde no pudo reprimir su malicioso ingenio.
-Debo confesaros que no, majestad. Pero también he de reconocer mi error. Al principio creía que estos caballeros se arrodillaban para disculparse por el pésimo alimento que sirven a Vuestra Majestad.