Una ligera proporción de estupidez es tan improbable como un ligero embarazo.
En su Historia de la estupidez humana, cuenta Paul Tabori que, durante la edad moderna, las piernas de los cortesanos ingleses sufrieron duras pruebas, impuestas por las minucias del ceremonial.
En 1547, el mariscal Vieilleville fue invitado a almorzar con el rey Eduardo VI. En sus memorias describe la escena con conmovida indignación:
“Los Caballeros de la Jarretera servían la mesa. Llevaban los platos, y cuando se acercaban a la alta mesa, se arrodillaban. Recibía los platos el Lord Chambelán, y de rodillas los ofrecía al Rey. A los franceses nos parece harto extraño que caballeros de las más famosas familias de Inglaterra, estadistas y generales eminentes deban arrodillarse de ese modo; cuando entre nosotros aún los pajes sólo se arrodillan en la puerta, en el momento de entrar al salón.”
Esta costumbre se mantuvo hasta el reinado de Carlos II, de Inglaterra. El conde Filiberto de Gramont, famoso por su lengua viperina, contempló las genuflexiones de los servidores la primera vez que fue invitado a un banquete de la corte. El conde, que había sido desterrado de Francia a causa de cierto escandaloso affaire con una de las amantes de Luis XIV, fue preguntado por Carlos:
-¿Verdad que no es lo mismo en su país? ¿Sirven de este modo al rey de Francia?
El conde no pudo reprimir su malicioso ingenio.
-Debo confesaros que no, majestad. Pero también he de reconocer mi error. Al principio creía que estos caballeros se arrodillaban para disculparse por el pésimo alimento que sirven a Vuestra Majestad.
“Los Caballeros de la Jarretera servían la mesa. Llevaban los platos, y cuando se acercaban a la alta mesa, se arrodillaban. Recibía los platos el Lord Chambelán, y de rodillas los ofrecía al Rey. A los franceses nos parece harto extraño que caballeros de las más famosas familias de Inglaterra, estadistas y generales eminentes deban arrodillarse de ese modo; cuando entre nosotros aún los pajes sólo se arrodillan en la puerta, en el momento de entrar al salón.”
Esta costumbre se mantuvo hasta el reinado de Carlos II, de Inglaterra. El conde Filiberto de Gramont, famoso por su lengua viperina, contempló las genuflexiones de los servidores la primera vez que fue invitado a un banquete de la corte. El conde, que había sido desterrado de Francia a causa de cierto escandaloso affaire con una de las amantes de Luis XIV, fue preguntado por Carlos:
-¿Verdad que no es lo mismo en su país? ¿Sirven de este modo al rey de Francia?
El conde no pudo reprimir su malicioso ingenio.
-Debo confesaros que no, majestad. Pero también he de reconocer mi error. Al principio creía que estos caballeros se arrodillaban para disculparse por el pésimo alimento que sirven a Vuestra Majestad.
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