viernes, 25 de octubre de 2013

El peor viaje (científico) de la historia

Si hubiese que elegir el viaje científico menos cordial de todos los tiempos, no podríamos dar con uno peor que la expedición a Perú de 1735 de la Real Academia de Ciencias Francesa.
 
 Dirigida por un hidrólogo llamado Pierre Bouguer y un militar y matemático llamado Charles Marie de La Condamine, estaba formada por un grupo de científicos y aventureros que viajó a Perú con el propósito de triangular distancias a través de los Andes.

En aquel entonces, la gente se hallaba infectada por un poderoso deseo de comprender la Tierra: determinar su antigüedad y su tamaño, de dónde colgaba en el espacio y cómo había llegado a existir. El objetivo de la expedición francesa era ayudar a resolver el problema de la circunferencia del planeta midiendo la longitud de un grado de meridiano (o una trescientasesentava parte de la distancia de polo a polo) y siguiendo una línea que iba desde Yaruqui, cerca de Quito, hasta un poco más allá de Cuenca, en lo que hoy es Ecuador, una distancia de unos 320 kilómetros.*

Las cosas empezaron a salir mal casi inmediatamente. En algunos casos de forma espectacular. En Quito, los visitantes debieron de provocar de algún modo a los habitantes de la ciudad porque una multitud armada con piedras les expulsó de allí. Poco después, el médico de la expedición fue asesinado por un malentendido relacionado con una mujer. El botánico se volvió loco. Otros murieron de fiebres y caídas. El miembro del grupo que ocupaba el tercer puesto en autoridad, un individuo llamado Pierre Dodin, se fugó con una muchacha de trece años y no hubo modo de convencerle de que se reincorporase a la expedición.

 En determinado momento, el grupo tuvo que suspender sus trabajos durante ocho meses, mientras La Condamine regresaba a caballo a Lima para resolver unos problemas que había con los permisos. Finalmente, Bouguer y él dejaron de hablarse y se negaron a trabajar juntos. Fuese adonde fuese, el menguante grupo era recibido con profundísimo recelo por los funcionarios, a quienes les resultaba difícil creer que un grupo de científicos franceses hubiesen recorrido medio mundo para medir el mundo. No tenía sentido. Dos siglos y medio después, aún parece una postura razonable. ¿Por qué no hicieron los franceses sus mediciones en Francia y se ahorraron todas las molestias y las penalidades de su aventura andina?

La respuesta se halla en parte en el hecho de que los científicos del siglo XVIII, y en particular los franceses, raras veces hacían las cosas de una forma sencilla si había a mano una alternativa complicada; y, en parte, a un problema técnico, que había planteado por primera vez el astrónomo inglés Edmund Halley muchos años atrás, mucho antes de que Bouguer y La Condamine se planteasen ir a Suramérica y, menos aún, tuviesen algún motivo para hacerlo.

Se trataba de la idea de que la Tierra no es del todo redonda. Según la teoría de Newton, la fuerza centrífuga del movimiento de rotación debería producir un leve encogimiento en los polos y un ensanchamiento en el ecuador, que achatarían ligeramente el planeta. Eso quería decir que la longitud de un grado del meridiano no sería igual en Italia que en Escocia. La longitud se reduciría concretamente a medida que uno se alejase de los polos.

Eso impulsó a la Real Academia de Ciencias Francesa a enviar a Bouguer y La Condamine a Suramérica a efectuar nuevas mediciones. Eligieron los Andes porque necesitaban hacer mediciones cerca del ecuador, para determinar si había realmente una diferencia de esfericidad allí, y porque consideraron que desde las montañas habría una buena perspectiva. En realidad, las montañas de Perú estaban tan constantemente cubiertas de niebla que el equipo muchas veces tenía que esperar semanas para una hora de medición clara. Además habían elegido uno de los territorios más accidentados de la Tierra.
 
Los franceses no sólo tuvieron que escalar algunas de las montañas más tremendas del mundo -montañas que derrotaban incluso a sus mulas-, sino que, para llegar a ellas, tuvieron que atravesar ríos peligrosos, abrirse camino por selvas a golpe de machete y recorrer kilómetros de desierto alto y pedregoso, casi todo sin cartografiar y lejos de cualquier fuente de suministro. Pero si Bouguer y La Condamine tenían algo era tenacidad así que persistieron en la tarea durante nueve largos y penosos años y medio de sol abrasador. Poco antes de dar fin a la empresa, les llegó la noticia de que un segundo equipo francés, que había efectuado mediciones en la región septentrional de Escandinavia -y afrontado también notables penalidades, desde cenagosos tremedales a peligrosos témpanos de hielo- había descubierto que el grado era en realidad mayor cerca de los polos, como había pronosticado Newton. La Tierra tenía 43 kilómetros más medida ecuatorialmente que sise la medía de arriba abajo, pasando por los polos.

Bouguer y La Condamine se habían pasado así casi diez años trabajando para obtener un resultado, que no era el que querían sólo para enterarse ahora de que ni siquiera eran los primeros que lo hallaban. Terminaron sus mediciones apáticamente, confirmando con ellas que el primer equipo francés estaba en lo cierto. Luego, sin hablarse aún, regresaron a la costa y zarparon hacia su patria en barcos diferentes.

* La triangulación, el método que eligieron, era una técnica popular basada en el principio geométrico de que, si conoces la longitud de un lado de un triángulo y dos de sus ángulos, puedes hallar el resto de sus dimensiones sin levantarte de la silla. Supongamos, por ejemplo, que tú y yo decidimos que queremos saber la distancia entre la Tierra y la Luna. Para valernos de la triangulación, lo primero que tenemos que hacer es poner cierta distancia entre nosotros, así que digamos que tú te quedas en París y yo me voy a Moscú, y los dos miramos la Luna al mismo tiempo. Ahora bien, imaginemos una línea que una los tres puntos principales de este ejercicio (es decir, la Luna, tú y yo) v tendremos un triángulo. Midiendo la longitud de la base, la línea trazada entre tú y yo, y los ángulos de las líneas que van desde donde estamos ambos hasta la Luna, puede calcularse el resto fácilmente. (Porque los ángulos interiores de un triángulo suman siempre 180ºy, si se conoce la suma de dos ángulos, puede calcularse el tercero. Y conociendo la forma precisa de un triángulo y la longitud de uno de sus lados, se pueden calcular las longitudes de los otros dos.) Ése fue en realidad el método que empleó el Astrónomo griego Hiparco de Nicea en el año 15 a. C. para determinaría distancia de la Tierra a la Luna. Al nivel de la superficie de la Tierra, los principios de la triangulación son los mismos, salvo que los triángulos no se proyectan hacia el espacio sino que quedan situados uno al lado del otro en un plano. Para medir un grado de meridiano, los agrimensores irían recorriendo el terreno y formando una especie de cadena de triángulos.

Bryson, Bill: Una breve historia de casi todo. RBA Libros, 2010.

lunes, 14 de octubre de 2013

Alcazarquivir y el misterio del rey Sebastián


Una gran flota partió de Belem el 24 de junio de 1578, con más de ochocientas naves: galeones, carabelas y galeras que llevaban un total de 20.000 hombres. La gran mayoría eran portugueses, dirigidos por su joven rey, Sebastián, y por prácticamente toda la aristocracia lusa. También participaban voluntarios de todos los países cercanos del occidente europeo, incluido un contingente de España, que embarcó en Cádiz. Entre ellos había un destacamento de tropas enviadas por el papa, bajo el mando del inglés Thomas Stukeley.
Los barcos tomaron tierra en lo que hoy es el puerto de Arzila, a pocas millas de Tánger, donde el ejército debía reunirse con los aliados musulmanes bajo el mando del saadí Mohamed al Masluk, que estaba enfrentado a los otros emires.
El rey Sebastián deseaba restaurar el poderío portugués con una gran acción de conquista. Deseoso de entrar en acción, el joven rey condujo a sus tropas desierto adentro para enfrentarse a unos ejércitos que eran el doble del suyo, bajo el liderazgo de Muley Abd al Malik, el sultán saadí de Marruecos. El ejército de Al Malik era una fuerza profesional que probablemente contaba con setenta mil hombres, incluyendo unos veinticinco mil de caballería.
El 4 de agosto de 1578, el día más caluroso de la estación más calurosa del año, el ejército cristiano, en el que servía la flor y nata de la nobleza portuguesa, con el joven rey de veinticinco años a la cabeza, fue aniquilado por las fuerzas bereberes en una batalla cerca de la ciudad de Alcazarquivir, entre Tánger y Fez. A lo largo de las seis horas de batalla, murieron tal vez ocho mil cristianos (entre ellos, Thomas Stukeley) y alrededor de seis mil marroquíes.
Batalha de Alcácer-Quibir (1578), Museu do Forte da Ponta da Bandeira, Lagos, Portugal.
La masacre fue indudablemente una victoria musulmana. Algunos grupos de cristianos se las arreglaron para escapar, pero más de diez mil de ellos fueron cogidos prisioneros. Los tres jefes militares de la batalla, los llamados «tres reyes», corrieron el peor de los destinos. Abd al Malik, un hombre joven de treinta y cinco años, que ya estaba seriamente enfermo, murió durante la batalla; Al-Masluk pereció ahogado cuando intentaba escapar; y el rey Sebastián se dio por desaparecido, pues su cuerpo no pudo ser identificado en el campo de batalla.
La Europa cristiana se horrorizó ante aquel desastre, pero para Portugal aquel suceso fue mucho más que un desastre. De un plumazo, el país perdía a su rey, casi la totalidad de su aristocracia, y prácticamente todo su ejército.

Fue un desastre de tal envergadura que resultaba difícil asimilarlo, y tal y como se sucedieron los acontecimientos, muchos portugueses simplemente se negaron a creerlo. Hicieron todos los esfuerzos posibles para canjear los soldados cautivos y, con el tiempo, la aristocracia comenzó a recuperarse. Pero el centro de todas las preocupaciones era el rey. ¿Estaba muerto? Si era así, ¿por qué no se había identificado su cuerpo ni se había recuperado? Pasaban los días, pero nada se sabía del rey Sebastián. Los funcionarios de Lisboa finalmente recibieron un mensaje de Tánger en el que se certificaba que el rey había muerto. Dadas las circunstancias, y puesto que no había ningún otro heredero inmediato, se celebró una misa de réquiem en Lisboa y el anciano tío del rey, el cardenal Enrique, fue coronado rey el 28 de agosto.

Transcurrió el tiempo, pero aún no había pruebas fehacientes de la muerte del rey. La creencia más común era que Sebastián había conseguido escapar a la muerte de algún modo, y o bien no había conseguido huir todavía, o estaba vagando por esos mundos conmocionado y perdido...

 

miércoles, 9 de octubre de 2013

Vivan las caenas. El sesgo de la responsabilidad externa

El ser humano tiene tendencia a disfrutar, a sentirse reforzado y en calma cuando toma consciencia de que no es responsable de sus actos. Aunque pueda parecer extraordinario, la conciencia de los individuos tiende a depositar las decisiones en agentes externos.
http://www.lamujerobjeto.com/
Según muchos autores, esta tendencia se debe a aspectos evolutivos. Argumentan que este comportamiento se debe a que las conciencias que permiten ser dominadas por un ente considerado superior, sobreviven y las que no lo permiten desaparecen. La capacidad para parecer superior y no controlable por los demás no es otra que la capacidad para ser líder, incluso si éste toma malas decisiones o es un mal gestor.
Un líder será fuerte en cuanto, independientemente de los argumentos, sea valorado como más fuerte o superior. Para ello la manipulación, el empequeñecimiento continuo de los subordinados, los rituales de poder y la fuerza son los mecanismos de control para ser considerado superior.
Estos comportamientos se encuentran en comportamientos heredados de las asociaciones en manadas, luego tribales y más tarde en organismos de poder. Aquellos que no fueran capaces de derrocar al líder o estamento de poder deberían estar con él. Por otro lado, las probabilidades de supervivencia fuera del grupo son reducidas.
Esto lleva a pensar que la consciencia ha evolucionado para crear un mecanismo que facilite la asimilación y permanencia agradable con los líderes, entregando y facilitando la propia voluntad.  Esta tendencia humana se observa en otros sesgos como el de obediencia a la autoridad y también en muchos aspectos documentados en los que una persona elige libremente el estado de esclavitud (por ejemplo, el llamado síndrome de Estocolmo o la famosa frase española "¡Vivan las caenas!"). 
También se observa en el placer que experimentan algunos individuos al entregarse completamente a otra persona, ya sea su pareja en el amor, o en versiones extremas en masoquismo. 
Del mismo modo, la religión es otra variante en la que los humanos encuentran paz, al entregar nuestras responsabilidades y destinos a un ser considerado supremo.
Otros autores indican que un exceso de libertad de elección provoca un estrés en el individuo debido a la diferencia entre las expectativas de resultados que el individuo deposita en las ventajas de la libre elección y los resultados obtenidos.
Objetivamente, los resultados de la libre elección son mejores y más afinados que sin la elección; sin embargo esto es obviado. Es así porque la libre elección crea sentimientos de frustración por nuestra tendencia a poner mayores expectativas cuando existe libre elección. Sin libertad de elección, el individuo se libera de culparse y de la responsabilidad incluso cuando los resultados fueron peores a los esperados.