Durante el siglo IV antes de Jesucristo, Siracusa (colonia griega en Sicilia) llegó a tener casi medio millón de habitantes. Dionisio fue su dirigente más tiránico e instruido.
Realizó una política igualitaria y consiguió que su Ciudad-Estado fuese la más avanzada de su época. Cuando distribuyó las tierras que les quitó a los grandes terratenientes, no hizo distinciones entre ciudadanos y esclavos, entregándoselas imparcialmente a éstos y a aquellos. En varias ocasiones, estando el Estado sin dinero, anunció que la diosa Deméter se le había aparecido para reclamar que todas las damas de Siracusa depositasen sus joyas en el templo. Cualquiera que estuviese tentado a desobedecer la orden divina se las tendría que ver con la policía humana de Dionisio.
Cuando el filósofo pitagórico Fincias, condenado a muerte por él, le pidió un día de permiso para ir a su casa, fuera de la ciudad, a ordenar sus asuntos, Dionisio consintió con tal que dejase como rehén a su mejor amigo. Damón, el amigo de Fincias, se presentó confiadamente y Fincias llegó en el plazo convenido. Dionisio, en vez de hacerlo matar, pidió humildemente ser admitido en la amistad de ambos, que le había conmovido.
Dionisio tenía un cuñado, Dion, muy bien relacionado con los principales filósofos de la época. De hecho, había una relación muy estrecha entre Platón y Dion.
A instancias
de Dion, Dionisio invitó a Platón a Siracusa.
Éste aceptó la oferta y fue a la isla el año 388.
Platón, más
filósofo que diplomático, le pareció a Dionisio insoportable. Tan mal le
cayó que, a pesar de haberlo invitado, se deshizo de él vendiéndolo como
esclavo en la plaza pública de Siracusa.
Dion, por supuesto, no dejó
que terminara así la invitación. Él y otros amigos suyos compraron a Platón y lo
embarcaron de nuevo hacia Atenas, de donde no debió salir. Lo
acompañó a Atenas y allí se hizo su discípulo y estudió
en su Academia unos años. Luego se volvió junto a su poderoso cuñado.
Narran los historiadores la anécdota de un vecino de Siracusa que, deslumbrado con el esplendor de que vivía rodeado Dionisio, le pidió participar de su mesa y ocupar su lugar, sólo por unas horas. Dionisio aceptó y lo sentó a su mesa, en su sillón.
Cuando el huésped, de nombre Damocles, estaba cenando observó que todos los demás comensales miraban por encima de su cabeza. Al levantar la vista, observó con horror que una espada pendía sobre su sitial, atada al techo con una estrecha y fina cerda.
Al quejarse del peligro a Dionisio, éste le hizo saber que su vida era lujosa, sí, pero que también él estaba sometido a múltiples amenazas, y que si quería parecerse a él, debía parecerse en todo.
Desde entonces, es famosa la expresión "la espada de Damocles" para señalar una amenaza grave que está latente y puede desencadenarse en cualquier momento, aunque no se suele decirse que la idea fue de Dionisio*.
En otra ocasión, condenó a trabajos forzados en las minas al poeta Filoxeno, que había criticado sus versos. Luego se arrepintió, lo llamó y ofreció en su honor un gran banquete al final del cual leyó otros versos e invitó a Filoxeno a juzgarlos. Filoxeno se levantó y, haciendo un signo a la guardia, dijo: “Llevadme a la mina”.
* Algunos atribuyen esta anécdota al hijo de Dionisio, Dionisio II.
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http://www.sofiaoriginals.com/ene1011dionisio.htm
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