La ofensiva franquista en la Guerra Civil se abatió sobre Málaga capital a principios de 1937. El 6 de febrero las tropas del general Gonzalo Queipo de Llano (que aseguraba a los malagueños que "sus moros y legionarios violarían a las madres y hermanas”, que les cortarían los senos, y se regodeaba diciendo “malagueños, maricones, ponedle pantalones a la luna”) entraron en la ciudad. La mayoría de los pueblos de la parte occidental de la provincia ya estaba en manos de Franco, y la única salida que quedaba para los milicianos republicanos, las mujeres, los niños y los ancianos era un camino que hoy se recuerda como “la carretera de la muerte”. Entre 100.000 y 150.000 personas salieron de Málaga hacia Almería por la ruta de la costa. Fue la llamada desbandá. Gente que huía de la miseria y del hambre que traía la guerra, pero también escapaba del asedio de la aviación alemana, de los disparos de los barcos italianos, de la marina de guerra franquista y de la metralla que caía desde los montes.
El crucero Canarias, su gemelo el Baleares y otros más jugaron al macabro ejercicio de tiro al plato con gente que estaba atrapada en una ratonera y no podía defenderse. Algunos optaron por volver a Málaga, por cuyo camino de regreso encontraron a gente ahorcada en los árboles, familias enteras ajusticiadas con tiros en la cabeza… Málaga fue un ensayo de lo que ocurrió después.
El infierno no acabó allí. Ya en el puerto de Almería, los que llegaron y esperaban apiñados para ser evacuados (los peligrosos enemigos del fascismo: mujeres, niños y ancianos) también fueron bombardeados con saña por aviones alemanes e italianos, donde murieron otras cincuenta personas y otras tantas resultaron heridas.
Por tierra, mar y aire, durante cuatro días, fueron asesinados miles de civiles inocentes. Saber con precisión cuánta gente murió es imposible. Algunas fuentes hablan de entre 5.000 y 10.000 personas. Muchos cadáveres acabaron en fosas comunes o se los llevó el río Guadalfeo. 75 años después de una de las mayores masacres de España, algunos supervivientes se reunieron en el malagueño Peñón del Cuervo, para rememorar su historia.
El crucero Canarias, su gemelo el Baleares y otros más jugaron al macabro ejercicio de tiro al plato con gente que estaba atrapada en una ratonera y no podía defenderse. Algunos optaron por volver a Málaga, por cuyo camino de regreso encontraron a gente ahorcada en los árboles, familias enteras ajusticiadas con tiros en la cabeza… Málaga fue un ensayo de lo que ocurrió después.
El infierno no acabó allí. Ya en el puerto de Almería, los que llegaron y esperaban apiñados para ser evacuados (los peligrosos enemigos del fascismo: mujeres, niños y ancianos) también fueron bombardeados con saña por aviones alemanes e italianos, donde murieron otras cincuenta personas y otras tantas resultaron heridas.
Por tierra, mar y aire, durante cuatro días, fueron asesinados miles de civiles inocentes. Saber con precisión cuánta gente murió es imposible. Algunas fuentes hablan de entre 5.000 y 10.000 personas. Muchos cadáveres acabaron en fosas comunes o se los llevó el río Guadalfeo. 75 años después de una de las mayores masacres de España, algunos supervivientes se reunieron en el malagueño Peñón del Cuervo, para rememorar su historia.
Picasso dijo, al conocer lo ocurrido, que su Guernica tendría que haberse titulado Málaga. No se hizo, y lo que fue no una acción de guerra, sino un acto de genocidio consentido, quedó prácticamente en el olvido. Algo que debe ser recordado, nunca olvidado, y sus víctimas, al menos, conocidas y honradas. La historia es memoria. Siempre.
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