Tras el periodo republicano, que estableció la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, el franquismo restauró el modelo decimonónico de mujer-esposa-madre recluida en el hogar.
Para lograrlo se apoyó en la legislación estatal -que impedía o dificultaba que la mujer casada trabajara y que subordinaba a la mujer a complemento del hombre- en la Sección Femenina -como organización que intentaba difundir ese modelo de mujer- y en la Iglesia Católica, que justificaba el papel de la mujer sumisa, en casa, pariendo y educando a los hijos en la religión oficial como misiones sagradas.
El franquismo inauguró una época caracterizada por la total eliminación de los derechos de las mujeres, que incluso se traducía en cuestiones tan concretas como las necesidades nutritivas: la ración alimenticia oficial de las mujeres (establecida en las cartillas de racionamiento vigentes hasta 1952) constituía tan sólo el 80 por ciento de la dedicada a los hombres (María Ángeles Arranz). Al no ser consideradas "elementos productivos", sus necesidades materiales se juzgaban menores. Por supuesto, las mujeres no tenían derecho a su ración de tabaco: fumar era de rojas y de fulanas.
Doblemente sometidas, las mujeres fueron víctimas principales de la guerra y de la dictadura. En 1940 había más de 17.000 reclusas consideradas presas políticas. Las que tenían hijos pequeños se vieron obligadas a criarlos en cárceles hacinadas y antihigiénicas, y los hijos mayores les fueron arrebatados e internados en centros de beneficencia: 9050 en 1942, según el Ministerio de Justicia.
Según la primera legislación laboral franquista, las mujeres tenían que dejar el trabajo al casarse, recibiendo una indemnización denominada dote; las mujeres casadas que quisiesen seguir trabajando precisaban de la autorización de sus maridos. Como había ocurrido en la Alemania nazi, para la mujer española la vida se redujo a las tres k: kinder, küche y kierche (niños, cocina e iglesia).
La situación legal de la mujer durante la Dictadura de Franco era plenamente equiparable a la de una minoría de edad prolongada. Los paulatinos y tardíos pasos que van dándose a lo largo del tiempo por imperativos sociológicos no empañan esta consideración franquista, que va a subsistir en cuanto a su núcleo esencial hasta la Constitución de 1978.
Dos ejemplos:
En abril de 1964 el general Franco tuvo que volver sobre sus pasos y revisar un artículo del Código Penal, por el cual los padres y maridos tenían derecho a matar a sus hijas y esposas y los hombres que cometían adulterio con ellas. El "parricidio por honor" estuvo vigente en España entre 1944 y 1964. Si el marido se contentaba con una denuncia, la esposa infiel podía ser condenada hasta a seis años de cárcel.
La Ley de 4 de julio de 1970 eliminó la posibilidad de que el padre pudiera dar a los hijos en adopción sin el consentimiento de la madre y se permitió que las mujeres casadas pudieran seguir trabajando después de contraer matrimonio sin necesidad de permiso del marido.
La Sección Femenina se encargó, sobre todo desde las ciudades, de las tareas de encuadramiento y reeducación. En sus libros de texto, en las declaraciones de sus dirigentes y en su propaganda se encuentran auténticas perlas para el psicoanálisis: "La vida de toda mujer, a pesar de cuanto ella quiera simular - o disimular- no es más que el eterno deseo de encontrar a quién someterse" (Medina, revista de la Sección Femenina, 3 de agosto de 1944). "Las mujeres nunca descubren nada; les falta, desde luego, el talento creador, reservado por Dios para inteligencias varoniles" (Pilar Primo de Rivera, en 1942).
La Iglesia, apoyada por los poderes políticos, impuso una iconografía de la «buena cristiana» que implicó un cambio radical para la mujer. El nacionalcatolicismo fue la ideología del régimen y la Iglesia Católica fue guardiana de la decencia y de la rectitud ideológica de los españoles.
Una moral mojigata, timorata y absurda se adueñó de una sociedad en la que hombres y mujeres buscaban no llamar la atención, no destacar, pasar desapercibidos.
La obsesión por los pecados de la carne fue una preocupación fundamental de la neurosis moral de la Iglesia Católica. Pildain, obispo de Canarias, protestó por la desnudez de las estatuas situadas en lugares o establecimientos públicos y sugirió que se les pusiera un taparrabos. Para él los novios no debían encontrarse nunca solos, pues la concupiscencia les poseería de otro modo.
Una moral mojigata, timorata y absurda se adueñó de una sociedad en la que hombres y mujeres buscaban no llamar la atención, no destacar, pasar desapercibidos.
La obsesión por los pecados de la carne fue una preocupación fundamental de la neurosis moral de la Iglesia Católica. Pildain, obispo de Canarias, protestó por la desnudez de las estatuas situadas en lugares o establecimientos públicos y sugirió que se les pusiera un taparrabos. Para él los novios no debían encontrarse nunca solos, pues la concupiscencia les poseería de otro modo.
El diseño se hizo teología. Debajo de cada sotana vibraba Coco Chanel y se escondían anhelos inconfesables y -en algunos casos- inconscientes. Se vigilaban los centímetros y los escotes. Las obsesiones con los pecados de la carne y las preocupaciones de costurera hicieron gastar incontables neuronas, ríos de tinta y sudores, muchos sudores, a nuestros pastores.
Pla y Daniel, que sucedió como primado a Gomá en 1940, receló en voz alta de los pantalones cortos con que vestían los jóvenes falangistas, pues lo que dejaban ver podría excitar a las muchachas (y quizás a algún que otro obispo). Las niñas debían llevar falda hasta las rodillas, y "las que han cumplido doce años deben llevar medias".
Pla y Daniel, que sucedió como primado a Gomá en 1940, receló en voz alta de los pantalones cortos con que vestían los jóvenes falangistas, pues lo que dejaban ver podría excitar a las muchachas (y quizás a algún que otro obispo). Las niñas debían llevar falda hasta las rodillas, y "las que han cumplido doce años deben llevar medias".
Todos los prelados gastaron mucho de su talento en pastorales que condenaron el baile agarrado, la longitud de las faldas, el que estas montaran en bicicleta sin trajes que tapasen lo que no debía enseñarse (casi todo), los baños al aire libre delante de personas del sexo opuesto o atrevimientos de similar importancia para la suerte de la humanidad.
Este control, este sometimiento y juicio continuos, hicieron que la sociedad española y, sobre todo, las mujeres buscasen el anonimato, la ocultación, la vida limitada a la familia. Mimetizarse para sobrevivir. Y sobrevivir con miedo.
Las mujeres como cuerpo social, al igual que la clase obrera o los intelectuales, fueron castigadas por intentar cambiar las reglas del juego. Franco y los suyos impusieron el machismo junto a la defensa de los intereses de su clase. Hijos, nietos, legatarios de aquellos años, los españoles de este siglo somos herederos de aquellos cuarenta años de violación sistemática.
Este control, este sometimiento y juicio continuos, hicieron que la sociedad española y, sobre todo, las mujeres buscasen el anonimato, la ocultación, la vida limitada a la familia. Mimetizarse para sobrevivir. Y sobrevivir con miedo.
Las mujeres como cuerpo social, al igual que la clase obrera o los intelectuales, fueron castigadas por intentar cambiar las reglas del juego. Franco y los suyos impusieron el machismo junto a la defensa de los intereses de su clase. Hijos, nietos, legatarios de aquellos años, los españoles de este siglo somos herederos de aquellos cuarenta años de violación sistemática.
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