Pensamos que nuestra decisión de otorgarle el voto a un candidato o a un partido en unas elecciones políticas es el resultado de un proceso razonado, minucioso, en el que sopesamos una serie de factores –programa, pasado, formación, propuestas, personalidad, etc— para llegar a una conclusión que admite un riguroso escrutinio intelectual. Solamente las personas radicales o ignorantes toman decisiones irracionales, víctimas de la manipulación emocional y la propaganda electoral. Pensamos que ejercemos el control de nuestro cerebro, somos conscientes de las estratagemas de los medios de comunicación, las agencias de marketing y la propaganda política. Esto es lo que creemos, justamente porque el diseño de nuestro cerebro nos recompensa cuando logramos encontrar evidencia de nuestros razonamientos.
Tomar una decisión es un fenómeno altamente complejo, en el que intervienen numerosas áreas del cerebro, muchas de las cuales se oponen entre sí. Históricamente consideramos que la razón es la función cerebral más valiosa y efectiva, especialmente en lo que concierne a tomar una decisión: el frío y preciso análisis de la información y sus variables. Heredamos de Platón la idea de que debemos de regular nuestras emociones –esos caballos desbocados—y aplicar el mesurado rigor de la razón. En apariencia incluso la neurociencia parece confirmar esta preponderancia de la razón: la corteza frontal cerebral, el asiento de la razón y el pensamiento analítico, es un rasgo distintivo entre el cerebro humano y el cerebro de otros animales.
En su libro "How We Decide", Jonah Lehrer, explora el proceso cerebral que supone tomar una decisión.
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En primer lugar, es importante confirmar que los electores con una afiliación política marcada difícilmente cambian de opinión. Entre 500 electores con una fuerte afiliación partidista a los que se les intentó persuadir en Estados Unidos en 1976 sólo 16 cambiaron de opinión y votaron por el otro partido. Otro estudio registró el comportamiento electoral de votantes entre 1965 y 1982, midiendo el flujo de oscilación en la afiliación entre uno u otro partido. Aunque fue una época muy tumultuosa en la política estadounidense, sólo el 10% de las personas que se identificaron como republicanos en 1965 dieron su voto a los demócratas en 1980.
Lo interesante es dilucidar el por qué de esta persistencia partidista.
El psicólogo de la Universidad de Emory, Drew Westen, realizó un estudio con resonancias magnéticas en la elección de 2004 en Estados Unidos en el que mostró a los votantes declaraciones contradictorias de cada candidato, George W. Bush y John Kerry. Bush aparecía alabando la labor de los soldados en Irak y prometía servicios de salud gratuitos para los veteranos y luego se le informaba al sujeto del experimento que ese mismo día había suspendido el beneficio médico a 164 mil veteranos. Kerry caía en flagrantes contradicciones sobre su posición sobre la guerra de Irak, votando a favor como senador y luego dando a entender una posición radicalmente opuesta en la retórica de su campaña. Los sujetos del experimento tenían que evaluar el nivel de contradicción de los dos candidatos en una escala del 1-4. No debería sorprendernos saber que los demócratas convencidos valoraron las contradicciones de Bush en lo más alto en la escala (las de Kerry les parecieron poco preocupantes). Los republicanos disculparon las contradicciones de Bush pero hallaron intolerables los deslices de Kerry.
En otro estudio, el científico político de Princeton, Larry Bartels, realizó una investigación en la década de los 90 que apunta en la misma dirección. Durante la presidencia de Bill Clinton, el déficit del presupuesto disminuyó en más del 90%; sin embargo, cuando se le preguntó a electores republicanos en 1996 qué había sucedido con el presupuesto en la presidencia de Clinton, más del 55% dijeron que el déficit se había incrementado. Lo interesante es que los republicanos dentro del grupo de los “muy informados” –que siguen las noticias, leen la prensa y pueden identificar a sus congresistas— no respondieron con mayor precisión que los “poco informados”. Bartels infiere que saber más de política no borra los sesgos partidistas y los electores solo asimilan datos que confirman lo que ya creen. Si la información no se ajusta a su visión política de la realidad, entonces es convenientemente ignorada.*
La naturaleza de nuestro cerebro hace que solo escuchemos lo que queremos, lo demás nos parece ruido. Literalmente, como sugiere un estudio realizado por el psicólogo Timothy Brock y Balloun. Brock y Balloun sometieron a un grupo de fieles cristianos y a un grupo de ateos a un mensaje radiofónico en el que se atacaban la enseñanzas de la Iglesia; para hacerlo más interesante, añadieron un ruido molesto a la grabación. El oyente podía reducirlo simplemente apretando un botón para aclarar el contenido del mensaje. Los no-creyentes siempre intentaban reducir la estática para escuchar bien el mensaje; los creyentes en cambio preferían el mensaje tal cual, con una dosis de ruido que lo hacía más difícil de oír. Dice Jonah Lehrer “Todos silenciamos la disonancia cognitiva a través de una ignorancia autoimpuesta”.
Aún más. Solemos creer que elegimos libremente lo que vamos a hacer. Sin embargo, desde 2008 se conoce que unas milésimas de segundo antes de ser conscientes de nuestra decisión el cerebro ya la ha tomado, y no es hasta después cuando adquirimos consciencia de lo que hemos decidido. Es decir, la actividad neural preconsciente precede a la decisión consciente que se cree tomada libremente. El estudio en cuestión consistió en visualizar la actividad cerebral con técnicas de neuroimagen durante la toma de decisiones conscientes rápidas y simples en un grupo de voluntarios. Estas decisiones consistían en mover un dedo cuando se quisiera, a intervalos irregulares para no poder predecir su movimiento. Pues bien, la actividad cerebral asociada a esta decisión se detectó en los lóbulos prefrontal y parietal milisegundos antes de que los sujetos fuesen conscientes de que iban a mover el dedo. Para el cerebro, esos milisegundos son casi una eternidad. Esto también se ha demostrando recientemente para decisiones más complejas y abstractas, como qué opción política vamos a votar en una elecciones, o qué alternativa apoyamos en un referéndum. Entonces, ¿sobre la base de qué el cerebro decide el voto?
Cierto que cada persona tiene unas preferencias políticas, aunque no siempre se traduzcan en el voto que termina emitiendo. Por extraño que parezca, la tendencia política se correlaciona con
rasgos biológicos concretos. Por ejemplo, un estudio del 2007 indicó que la orientación política de las personas queda reflejada, en parte, en diferencias de funcionamiento de un mecanismo cognitivo relacionado con el
autocontrol. Se observó que el conservadurismo extremo se asocia a poca flexibilidad –en el sentido de predisposición cognitiva– a cambiar las respuestas habituales ante los conflictos, entendiendo por conflicto las discordancias que puede haber entre las respuestas que uno suele dar ante una situación determinada y las posibles respuestas alternativas más útiles en cada caso concreto.
Dicho de otro modo, las personas que manifiestan un conservadurismo más extremo responden más adecuadamente a cuestiones en las que la respuesta óptima presenta menos variables, mientras que las liberales lo hacen cuando no hay una respuesta óptima predeterminada. En este contexto, los conceptos de conservador y liberal se refieren al espectro político de EEUU, donde se hizo el estudio. Esta actividad diferencial reside en un grupo concreto de neuronas de la parte anterior del cíngulo, una zona del cerebro vinculada al control de las emociones.
En otro estudio realizado en 2013 se exploraron las
diferencias en la función cerebral entre progresistas ("liberales", demócratas o de izquierdas) y conservadores ("republicanos", de derechas) a la hora de asumir decisiones arriesgadas. Aunque el comportamiento final de progresistas y conservadores no fue diferente, su actividad cerebral sí lo fue. Las personas de izquierdas mostraron (curiosamente) una actividad mayor en la ínsula izquierda, también implicada en el procesamiento de las emociones, mientras que los conservadores mostraron mayor actividad en la amígdala derecha. Los resultados sugieren procesos cognitivos distintos y evidencian que los conservadores muestran una mayor sensibilidad a los estímulos amenazantes. Con esto no se afirma que nuestra estructura cerebral controle de manera estricta nuestra tendencia política –eso sería una afirmación excesivamente reduccionista–, pero sí se puede afirmar que hay un claro vínculo entre nuestra biología y la tendencia política que manifestamos, entendida a grandes rasgos y considerando la media de la población.
Otro aspecto muy estudiado es la
imagen pública del candidato, al fin y al cabo, la persona en quien se concreta el voto. En un estudio publicado en 2008 realizado por equipos americanos, irlandeses y surcoreanos, se encontró que la apariencia física de los candidatos era importante sobre los resultados electorales, es decir, que el físico influye mucho sobre el voto. Uno de los resultados más sorprendentes fue que las atribuciones negativas a la apariencia ejercen mucha mayor influencia que las positivas a la hora de votar. Los candidatos que habían perdido las elecciones en esos diferentes países provocaban una activación evidente de dos zonas del cerebro encargadas de procesar los estímulos emocionales de valor negativo. En cambio, los candidatos ganadores no suscitaban ninguna activación de esas zonas. Es decir, lo que no gusta de los políticos es más importante que lo que gusta.
Se vota más pensando en evitar que otros ganen que no deseando realmente que gane el partido al que se vota. Los ganadores lo son porque los ciudadanos quieren evitar que los otros gobiernen.
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Por otra parte, Noam Chomsky hace hincapié reiteradamente en cómo las elecciones en Estados Unidos son en realidad batallas de agencias de relaciones públicas, en las que el candidato es el producto y aquel que tiene mayor presupuesto generalmente gana (el Center for Responsive Politics tiene estadísticas que señalan que 9 de 10 veces el candidato con mayores fondos gana la elección).
http://pijamasurf.com/2012/06/la-neurociencia-del-voto-lo-irracional-de-una-eleccion/
http://www.ub.edu/geneticaclasses/davidbueno/Articles_de_divulgacio_i_opinio/La_Vanguardia/2013/13-07-06_Como_vota_el_cerebro.pdf
http://www.jonahlehrer.com/
http://www.photoeye.com/bookstore/citation.cfm?catalog=ZG799
http://thisisnthappiness.com/post/147915424129/if-im-late-start-with-out-me
http://thisisnthappiness.com/post/146665154149/no-one-saves-us-but-ourselves-chris-milnes
http://thisisnthappiness.com/post/144561149474/all-roads-lead-to-nowhere
http://www.brooklynstreetart.com/theblog/