Un agujero negro es una región finita del espacio en cuyo interior existe una concentración de masa lo suficientemente elevada como para generar un campo gravitatorio tal que ninguna partícula material, ni siquiera la luz, puede escapar de ella.
Juan Carlos Ortega en su libro El Universo para Ulises pone un ejemplo muy ilustrativo para entender qué es un agujero negro.
Pide a Ulises que lance una piedra hacia arriba. La piedra cae. Después lo convierte en un superhéroe y le pide que lance de nuevo la piedra a una velocidad inmensa pero la piedra vuelve a caer...
"La cuestión que podemos plantearnos en este instante es la siguiente: ¿hay alguna velocidad a la que podamos tirar la piedra hacia arriba para conseguir que ésta no regrese jamás? Es una pregunta extraordinaria, y su respuesta nos ofrece la clave para entender la esencia de algunos fenómenos curiosos del universo. Esa velocidad existe, e incluso tiene un nombre. Los físicos la llaman velocidad de escape.
En nuestro planeta, la velocidad de escape es de aproximadamente 11 kilómetros por segundo. Eso significa que, si se lanza con fuerza cualquier cosa hacia arriba a esa velocidad —o a una velocidad superior—, jamás regresará a la Tierra. Continuará en línea recta hacia arriba sin que la gravedad de nuestro planeta pueda hacer nada por recuperarla.
Esos 11 kilómetros por segundo necesarios para que nada regrese al suelo representan una velocidad aplicable sólo a nuestro planeta. Si la Tierra fuera más masiva, atraería a los objetos con más fuerza y, por lo tanto, la velocidad de escape tendría que ser mayor.
Podemos realizar un ejercicio de imaginación y especular sobre lo que ocurriría en planetas más grandes que el nuestro. Supón que vivimos en un mundo enorme, con una atracción gravitatoria fenomenal que requiera una velocidad de escape de, por ejemplo, 100 kilómetros por segundo. Y nada nos impide ir más allá y aumentar todavía más la masa de nuestro planeta imaginario desde cuya superficie lanzamos piedras hacia arriba. ¿Qué tal un planeta con mucha masa cuya velocidad de escape fuera, pongamos por caso, 150.000 kilómetros por segundo? Ésa es una velocidad enorme, la mitad de la de la luz. En ese caso, sí que tendrías que ser un superhéroe enormemente poderoso para otorgarle a una piedrecita semejante velocidad. Pero podemos imaginarlo sin problema. Tus músculos son impresionantes y lo consigues. La piedra abandona el planeta ultramasivo y no regresa más.
Estamos a punto de llegar a un callejón sin salida, porque si continuamos aumentando la masa de nuestro mundo imaginario, podemos suponer que es tan enorme que la velocidad de escape sea de 300.001 kilómetros por segundo, la velocidad de la luz y un poquito más.
¿Qué pasaría entonces? Muy fácil: que la velocidad que tendríamos que aplicar a una piedra lanzada hacia arriba para que jamás regresara a nuestro masivo planeta sería la de la luz y un poquito más.
Pero ningún objeto puede viajar más rápido que la luz, por tanto, un planeta tan masivo como éste tendría una asombrosa cualidad: nada podría escapar de él. Todo regresaría a su superficie siempre.
¿Cómo sería un planeta así? Vamos a suponer que lo tenemos muy lejos de la Tierra y que lo miramos a través de un telescopio. ¿Qué veríamos exactamente?
Para que pudiéramos hacerlo, la luz tendría que llegar hasta él, rebotar y viajar hasta tus ojos. Pero la velocidad de escape de ese mundo hipotético es un poquito más alta que la velocidad de la luz. Por tanto, para que los rayos incidieran sobre su superficie, rebotaran y regresaran a tus ojos, tendrían que salir de allí a la velocidad de escape. Y esa velocidad es superior a la de la luz. Por tanto, para que lo pudieras ver, la luz tendría que abandonar el planeta a una velocidad superior a la de la luz. La luz tendría que ir más rápido que la luz, lo cual es una contradicción. Conclusión: no podrías verlo jamás.
Un objeto tan masivo, capaz de no dejar escapar nada, ni siquiera la luz, sería perfectamente invisible para ti y para todo el mundo. Resultaría indistinguible del oscuro espacio vacío. Dicho de otro modo: sería negro, completamente negro. Los científicos tienen un nombre para esas cosas tan masivas. Les llaman agujeros negros.
El concepto agujero negro parece algo muy moderno. Su nombre nos evoca todo lo relacionado con los misterios de la nueva cosmología, pero en realidad su existencia ya fue sostenida por un muchacho que nació el día de Navidad del año 1724.
Se llamaba John Michell y ya desde pequeño tuvo una gran vocación religiosa. Acabó convirtiéndose en clérigo, cosa que no le impidió dedicarse a lo que más le gustaba: la geología, inventando incluso varios aparatos tremendamente útiles para medir los movimientos sísmicos. Michell expuso en una carta la posibilidad de que una estrella muy masiva pudiera tener tanta atracción gravitatoria que ni siquiera la luz escapara de ella. Sería un cuerpo oscuro, invisible a través de cualquier telescopio, puesto que ningún rayo de su luz nos llegaría. Todos serían devorados como si la estrella fuera un monstruo gigante.
Esta idea quedó guardada en el cajón de la ciencia porque todos los físicos de la época la consideraban imposible. Tuvieron que pasar muchísimos años hasta que, en 1968, un físico llamado John Wheeler acuñó el término agujero negro para los objetos que un desconocido geólogo del siglo XVIII había imaginado en soledad.
http://eltamiz.com/2008/02/10/la-vida-privada-de-las-estrellas-los-agujeros-negros/
https://es.wikipedia.org/wiki/Agujero_negro
Ortega, Juan Carlos: El Universo para Ulises, Planeta, 2013.