domingo, 14 de abril de 2024

Las raíces de la estupidez

La mayoría de las personas, en un momento u otro, actuamos tontamente. Sin embargo, los individuos verdaderamente ignorantes muestran una falta de introspección y se aferran obstinadamente a sus opiniones, por muy irracionales que puedan ser.
Estas personas demuestran una seguridad inquebrantable en sí mismas y, a menudo, son completamente ajenas a sus propias insuficiencias. Elaboran justificaciones retrospectivas para validar sus creencias y aferrarse a ellas. Incluso cuando se les presentan oportunidades de crecimiento y cambio personal, parecen incapaces de liberarse de sus hábitos arraigados.
Razonar con personas testarudas puede resultar tan desconcertante como frustrante. Muchos lo han descartado como una tarea imposible. Como advirtió una vez el escritor estadounidense Mark Twain: “Nunca discutas con gente estúpida, te arrastrarán a su nivel y luego te ganarán por experiencia”.
Argumentar contra la estupidez sólo parece reforzarla. Estos individuos prosperan gracias al poder y el control, defendiendo su posición y negando su necedad, a pesar de innumerables contraargumentos.
A pesar de estos desafíos, todavía es posible influir en esas personas para que adopten un comportamiento más sensato. Todo comienza con la comprensión de las raíces de la estupidez.
Dentro de la mente de un tonto
Desde una perspectiva psicológica, la estupidez a menudo se considera el resultado de sesgos cognitivos o errores de juicio . Muchos psicólogos destacados atribuyen creencias irracionales y acciones tontas a nuestras limitaciones cognitivas. La investigación sobre la cognición humana y la toma de decisiones ha arrojado luz sobre por qué persisten estos sesgos. Revela que los humanos no son seres puramente racionales; cambian entre el pensamiento rápido e intuitivo y el pensamiento lento y racional según la situación.
Los neurocientíficos también han intervenido, señalando que los lóbulos frontales del cerebro, responsables del pensamiento racional, pueden ser anulados por la amígdala, un sistema más primitivo para procesar amenazas. Esta distinción entre toma de decisiones rápida y lenta implica que en situaciones de emergencia que requieren decisiones rápidas, el procesamiento de información más lento y deliberado a menudo se deja de lado.
Numerosos sesgos cognitivos pueden ayudar a explicar algunas de las decisiones sin sentido que toma la gente. Por ejemplo, las personas pueden ser susceptibles al sesgo de confirmación , donde prefieren información que se alinea con sus creencias preexistentes. También pueden sucumbir al “anclaje”, quedando demasiado influenciados por la primera información que reciben (el ancla), incluso cuando esta información resulte irrelevante o arbitraria.
El efecto del exceso de confianza es otro factor potencial en juego, que hace que las personas sobreestimen sus capacidades, conocimientos y la exactitud de sus creencias. También existe el fenómeno del pensamiento grupal , donde los grupos priorizan el consenso y la conformidad sobre la evaluación crítica, reduciendo su capacidad de juicio equilibrado.
Las decisiones erróneas también podrían ser el resultado de un error de atribución fundamental . Esto implica atribuir incorrectamente el comportamiento de los demás a factores internos, como la personalidad, en lugar de a factores externos, como las influencias situacionales. Además, la heurística de disponibilidad explica la tendencia a confiar en la información que nos viene a la mente de forma rápida y sencilla a la hora de tomar decisiones.
Si bien estos sesgos cognitivos no implican inherentemente estupidez, si no se abordan, pueden plantear riesgos importantes.
La estupidez en la era de la posverdad
En la era actual de la posverdad nos encontramos lidiando con un aluvión diario de discurso público que desdibuja la línea entre los hechos y la fantasía. Nos dejamos engañar por errores y mentiras, y las redes sociales parecen estar amplificando esa estupidez. De hecho, nuestra época actual puede caracterizarse como una época dorada de la tontería, ya que el auge explosivo de las redes sociales ha hecho que las locuras humanas sean más visibles que nunca.
Tendemos a subestimar el número de personas ignorantes que hay entre nosotros y la influencia que esas personas pueden ejercer sobre grupos numerosos. La peligrosa combinación de poder y estupidez puede trastornar la vida de innumerables personas. Desafortunadamente, mientras haya partidarios tontos que permitan a esos líderes, la gente se verá atrapada en el pantano de su propia tontería colectiva.
Una importante fuerza contraria a la estupidez colectiva es la presencia de salvaguardias institucionales. Los ciudadanos deben cultivar activamente una cultura cívica sólida, fomentando una sociedad en la que puedan ejercer influencia sobre su gobierno. Es necesario que existan leyes que disuadan sobre la propagación de información errónea y vías legales para contrarrestar las noticias falsas, especialmente cuando causan daño personal.
Al fin y al cabo, una iniciativa educativa más amplia puede evitar acciones tontas y contrarrestar el exceso de confianza y la arrogancia. Aunque presenta un desafío formidable, la educación puede llevar a las personas a descubrir y reconocer su propia ignorancia, fomentando una sociedad más reflexiva e informada que esté mejor equipada para enfrentar los peligros de la estupidez.

Versión de un artículo publicado en 
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martes, 9 de abril de 2024

La era del autoritarismo. El fascismo está aquí

Con la crisis que estalló en el mercado financiero en 2008, muchos científicos sociales diagnosticaron un creciente “malestar en la globalización” (Stiglitz, 2007). Este malestar trajo asociados, junto con los padecimientos que provoca directamente la crisis económica, una serie de fenómenos muy diferentes: el resurgimiento del nacionalismo, la ruptura de pactos de solidaridad institucionalizados, la lucha en torno a la legitimidad del estado de bienestar, la creciente influencia de discursos públicos y partidos políticos racistas, la movilización política de la xenofobia, una nueva oleada de críticas a las desigualdades sociales, así como nuevas demandas de protección social orientadas a contener los efectos más dañinos del capitalismo desregulado. 
En el contexto de este malestar con la globalización, se han consolidado nuevas formas de autoritarismo social que constituyen una constelación específica de fenómenos que se concretan en movimientos políticos y líderes como Donald Trump en Estados Unidos, Milei en Argentina, Putin en Rusia, Boris Johnson en Reino Unido, Benjamin Netanyahu en Israel, Mohammed bin Salman de Arabia Saudita, Recep Tayyip Erdogan de Turquía, Viktor Orban de Hungría, Narendra Modi de India, Jair Bolsonaro de Brasil, Min Aung Hlaing de Myanmar o  nuestros entrañables Aznar, Isabel Díaz Ayuso y Santiago Abascal.
Hace siglos, la mitología judía advirtió sobre una  serpiente marina primordial , el Leviatán , una encarnación del mal tan monstruosa que desafiaba la presencia misma de Dios. Según las Escrituras, se necesitaría una fuerza no menos poderosa que Dios para destruir esta horrible criatura y restaurar el equilibrio natural del mundo.
Con el paso del tiempo, el significado simbólico del Leviatán se transformó de maneras extrañamente contradictorias. Llegó a representar el propio poder de creación de Dios, una fuerza oscura, un avatar del caos y la anarquía, una bestia de Satanás, la ignorancia deliberada, el abuso de poder descarado e incluso el autoritarismo absoluto.
En el siglo XVII, el filósofo Thomas Hobbes propuso la idea de que el mundo necesita un Leviatán para preservar la paz. Para Hobbes, el Leviatán sirve como metáfora del Estado ideal, una comunidad en la que las masas (caóticas, egoístas y pecadoras por naturaleza) estarían unidas bajo un único poder soberano, ejerciendo una autoridad casi ilimitada.
Si avanzamos hasta el día de hoy, está claro que los líderes tipo Leviatán persisten y están en ascenso. 
Por supuesto, estos líderes no surgen en el vacío. Son las personas quienes se lo permiten, apoyan su crecimiento e incluso les animan. Pero ¿por qué los seres humanos se sienten atraídos por estos gobernantes que portan la fuerza oscura del Leviatán?
Cuando las personas tienen miedo sobre el futuro (social, económico y ambiental) regresan a una posición de dependencia y buscan a alguien que las guíe. Por lo tanto, no sorprende que se sientan atraídos por los “hacedores de milagros” que ofrecen soluciones rápidas. 
A diferencia de dictadores como Hitler o Franco, los leviatanes contemporáneos utilizan métodos que no son explícitamente draconianos. En lugar de recurrir a una violencia abierta y excesiva, confían en el engaño y la seducción para asegurar la obediencia de sus súbditos. En este sentido, se les puede calificar de neoautoritarios.
Si bien muchos de ellos se promocionan como auténticos adalides de las libertades, en realidad explotan el sistema para controlar los medios de comunicación de masas (o ya los controlan previamente, o son un producto de los dueños de esos medios), tener una posición dominante en las redes sociales, vigilar cada área de la vida de sus súbditos y mantener su base de poder. Al hacerlo, crean una democracia fantasma. Lo que hace que su comportamiento sea tan siniestro es su capacidad de encuadrar su agenda como producto de la “libertad de elección”. Por ejemplo, las elecciones parecen ser una expresión legítima de la voluntad del pueblo pero los resultados son manipulados o totalmente controlados por una maquinaria mediática a su servicio, que machaca sistemáticamente a sus oponentes y adula hasta la náusea a los líderes.
Otra característica destacada de su modus operandi es su uso retorcido de la ley. Los neoautoritarios, apoyados en muchos casos por una judicatura afín a sus intereses, aplican selectivamente la ley cuando necesitan luchar contra sus oponentes, y la doblegan o violan cuando necesitan protección contra cualquier amenaza a su poder. Uno de sus talentos más engañosos y peligrosos es esta capacidad de centralizar el poder con procesos pseudodemocráticos.
En sus esfuerzos por llegar al poder, estos líderes utilizan ciertas tácticas psicológicas:
- Se presentan como defensores de la gente común, a la que a menudo se presenta como víctimas.
- Utilizan y controlan hábilmente los medios de comunicación para manipular a sus seguidores y se esfuerzan por organizar eventos públicos a gran escala en los que se posicionan como la celebridad unificadora.   
- Son maestros en inventar ideologías, religiosas o de otro tipo, para cimentar su base de poder y justificar sus políticas. 
- Generan una ilusión de defensa de las libertades como forma de mantener su base de poder.  Sin embargo, no toleran la disidencia y no tienen reparos en descalificar o incluso encarcelar a sus oponentes.
- Para asegurar su control se vuelven dependientes de grupos de poder económicos (os suena Florentino Pérez?), familiares, militares y policías.
- Tienen mucho talento para seducir a los miembros de la clase trabajadora a través de la propaganda y de la clase media emergente mediante el uso de incentivos financieros y símbolos basados en el estatus.
- Provocan una tensión continua señalando futuros catastróficos y amenazas externas para justificar su existencia. Por supuesto, hacer la guerra es la máxima distracción.
Según el periodista del Financial Times, Gideon Rachman (en su obra La era de los líderes autoritarios) «nos hallamos en medio del ataque global más prolongado que han sufrido los valores democráticos liberales desde la década de 1930», asegura. «En los últimos quince años se ha producido el declive más sostenido de la libertad política en todo el mundo desde la década de 1930» y advierte que desde el ascenso al poder de los «hombres fuertes», «se ha instaurado un proceso de erosión democrática».



Bibliografía:
Rachman, Gideon: La era de los Líderes Autoritarios. Cómo el culto a la personalidad amenaza la democracia en el mundo. Barcelona, Crítica, 2022 
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