sábado, 26 de diciembre de 2020

Vuelven los 50

 Vuelve a estar de moda la época más cool de nuestro pasado siglo, esos años de uniformes y boinas, banderas y sotanas, de vírgenes y burdeles. Vuelven Pemán, el seíta, Paco Martínez Soria, las novenas, el porno vintage, el rosario de la aurora y el viril saludo romano (camisa desabrochada destacando el surco esternal, mangas enrolladas hasta el varonil hombro). Qué tiempos. 

Y qué señoras. Recatadas, sumisas y virtuosas.

Se les mimaba tanto que, según la primera legislación laboral franquista, las mujeres debían dejar el trabajo al casarse, (recibían una indemnización denominada dote). Como debe ser, las casadas que quisiesen seguir trabajando precisaban de la autorización de sus maridos. Igual que en la prodigiosa Alemania nazi, para la mujer española la vida se concretó en las tres k: kinder, küche y kierche (niños, cocina e iglesia).

Su situación legal era plenamente equiparable a la de una minoría de edad prolongada. Los pasos que van dándose a lo largo del tiempo no empañan este puñetazo reglamentario, que va a subsistir esencialmente hasta la Constitución de 1978.



Dos ejemplos:

La Ley de 4 de julio de 1970 eliminó la posibilidad de que el padre pudiera dar a los hijos en adopción sin el consentimiento de la madre y se permitió que las mujeres casadas pudieran seguir trabajando después de contraer matrimonio sin necesidad de permiso del marido.

En abril de 1964 el general Franco tuvo que volver sobre sus pasos y revisar un artículo del Código Penal, por el cual los padres y maridos tenían derecho a matar a sus hijas y esposas y los hombres que cometían adulterio con ellas. El "parricidio por honor" estuvo vigente en España entre 1944 y 1964. Si el marido se contentaba con una denuncia, la esposa infiel podía ser condenada hasta a seis años de cárcel.

Y todo con el amparo y la dedicación características de nuestra amada Iglesia. Como siempre en este bendito país, los curas se implicaron en la conservación de nuestras verdaderas esencias. El nacionalcatolicismo fue la guardiana de la decencia y de la rectitud ideológica de los españoles.

La obsesión por los pecados de la carne fue una preocupación fundamental de la neurosis moral de la Iglesia Católica. Pildain, obispo de Canarias, protestó por la desnudez de las estatuas situadas en lugares o establecimientos públicos y sugirió que se les pusiera un taparrabos. Para él los novios no debían encontrarse nunca solos, “quien quita la ocasión, quita el pecado”. 

El diseño se hizo teología. Debajo de cada sotana vibraba Coco Chanel y se escondían anhelos inconfesables y -en algunos casos- inconscientes. Se vigilaban los centímetros y los escotes. Las obsesiones con los pecados de la carne y las preocupaciones de costurera hicieron gastar incontables neuronas, ríos de tinta, alzacuellos y sudores, muchos sudores, a nuestros pastores.

El arzobispo de Toledo, Pla y Daniel, receló en voz alta de los pantalones cortos con que vestían los jóvenes falangistas, porque lo que dejaban ver podía excitar a las muchachas (y quizás a algún que otro obispo). Las niñas debían llevar falda hasta las rodillas, y medias a partir de los doce años, que a esa edad ya se sabe.

Todos los prelados gastaron mucho de su talento en pastorales que condenaron el baile agarrado, la longitud de las faldas, el cuidado al montar en bicicleta, los baños al aire libre o atrevimientos de similar importancia para el futuro de la humanidad.

Aquellos maravillosos años.

Hoy veo en la prensa libre (qué oxímoron) saludables muchachas y briosos jóvenes nostálgicos de  dirigentes a los que, si alguna vez se les pasó una idea por la cabeza, murió por falta de alimento. Hoy, sus herederos se miran al espejo y no encuentran indicios de vida inteligente. Vuelven los 50.

Imagen: https://thisisnthappiness.com/post/647268069079678976/april-fools-day-arthur-trees

miércoles, 8 de enero de 2020

Hasta la última gota de nuestra sangre

¿Catalán o español? ¿andaluz o gaditano? ¿del Madrí o del Barsa?
¿Qué somos? ¿dónde estamos? ¿hay vida más allá del procés?
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 La identidad es, en términos generales, la concepción y expresión que tiene cada persona acerca de su individualidad y acerca de su pertenencia o no a ciertos grupos. Nos clasificamos en categorías, grupos, colores y hasta marcas, pero siempre nos queda la duda de qué hubiese sido de nosotros de producirse pequeños cambios en nuestra vida: en cuestión de pocos kilómetros, o incluso metros, puedes nacer en Villarriba o en Villabajo, en una nación o su enemiga. Si esto es así, cómo somos capaces de integrarnos en una u otra, qué hace que derramemos hasta la última gota de nuestra sangre por defender un pedazo de tierra, que estemos en distintas barricadas peleando por trapos de color de distinto tono.
Henri Tajfel (1919-1982) fue un psicólogo social británico de origen polaco conocido por ser el principal creador de la Teoría de la Identidad Social, que propone que la gente tiene una tendencia innata a categorizarse a sí misma en grupos excluyentes (“ingroups”), construyendo una parte de su identidad sobre la base de su pertenencia a ese grupo y forzando fronteras excluyentes con otros grupos ajenos a los suyos (“outgroups”).
Tajfel realizó una serie de experimentos sobre la discriminación intergrupal en la ciudad de Bristol, en 1970. La idea de Tajfel surgió de un amigo esloveno que hablaba sobre los estereotipos que existían sobre los inmigrantes bosnios (la región más pobre de la antigua Yugoslavia).
Sus experimentos se centraron en el comportamiento de un individuo hacia los miembros del grupo propio y los miembros de un grupo extraño. Los realizó con chicos de catorce y quince años de una escuela de Bristol. Todos se conocían entre sí antes de que fueran, en grupos de ocho, al laboratorio de Tajfel. Allí se les pasó un test de «agudeza visual»: racimos de puntos fueron proyectados en una pantalla y se les pidió que calcularan el número de puntos de cada racimo. Después de hacer esa tarea, se les dijo a los chicos que algunas personas tendían a calcular por debajo, y otras por encima, el número de puntos. Entonces, después de que sus hojas de respuestas fueran ostensiblemente «puntuadas», los chicos fueron llevados de uno en uno a otra habitación y se les dijo, de forma privada, a qué grupo pertenecían, si al de los sobrestimadores o al de los subestimadores.
La asignación de grupo fue completamente aleatoria: la mitad de los chicos fueron incluidos en un grupo y la otra mitad al otro. Su actuación en el test de los puntos no tuvo nada que ver.
El experimento real comenzó inmediatamente después de haberles dado esa información falsa.
Cada chico fue instalado en una cabina individual y se le pasó una «hoja de recompensas» para que la rellenara. Se le pidió que decidiera cuánto dinero se le debería pagar a varios de sus compañeros por participar en el experimento. Los compañeros solo fueron identificados por el número y el grupo. Por ejemplo, un chico al que se le hubiera dicho que era un sobrestimador se le pediría que escogiera, entre una lista de varias opciones, cuánto dinero se le debería dar al «miembro número 4 del grupo sobrestimador» y cuánto al «miembro número 53 del grupo subestimador». Cualquiera que fuese su opción —eso se decía claramente en las instrucciones— no afectaría en nada a su propio "sueldo".
Los chicos no sabían los nombres de los compañeros que estaban en su propio grupo y cuáles en el otro ni conocían la identidad de las personas a las que les asignaban los pagos (solo un número). Sin embargo, dieron más dinero a los miembros de su grupo que a los del otro. Parecían estar más motivados para pagar menos a los miembros del otro grupo y pagar más a los del propio.
Este experimento demostraba qué poco se necesita para evocar lo que Tajfel llamaba «grupalidad». No se requiere una historia de amistad con uno de los miembros del grupo o un conflicto con los miembros del otro. Tampoco se precisa un territorio por el que luchar. Ni diferencias visibles en la apariencia o en la conducta. Ni siquiera es necesario saber quiénes son tus compañeros de grupo. «El mero hecho de la división en grupos es suficiente para disparar la conducta discriminatoria.»
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Tajfel también estudió la forma en que creamos categorías y cómo estas afectaban a nuestros prejuicios. Los resultados de sus experimentos mostraron la predisposición a presuponer que todos los elementos de una categoría (todos los “franceses” o todos los “catalanes”) eran más similares entre ellos de lo que realmente lo eran, y, en la misma línea, que los pertenecientes a categorías distintas inflaban las desigualdades, en muchos casos inexistentes (por ejemplo, exagerando las diferencias entre “catalanes” y “españoles”).

https://es.wikipedia.org/wiki/Henri_Tajfel
https://www.facebook.com/pg/Toilet-Paper-Magazine-251769511528448/photos/?ref=page_internal
https://www.juxtapoz.com/news/installation/neil-farber-charlie-roberts-hirosuke-yabe-give-depth-and-humor-richard-heller-gallery/
https://www.juxtapoz.com/news/photography/mark-mahaney-s-polar-night/