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Descartes se propuso dudar de todo aquello de lo que fuera posible dudar con la intención de encontrar una verdad que fuera incuestionable. Y así, advirtió que era posible dudar de la existencia de un mundo exterior a nuestros pensamientos e incluso de las verdades matemáticas. Pero también llegó a la conclusión de que por muy exhaustiva y metódica que sea nuestra duda nunca podremos dudar de que estamos dudando. Puestos a dudar, por tanto, podemos dudar de todo menos de la propia duda.
Como dudar es una forma de pensar, Descartes afirmó aquello de «pienso, luego existo». Y a partir de esta primera evidencia, creyó que podía demostrar la existencia de Dios, de donde deducía luego la existencia del mundo extramental. Con ello, Dios se convierte para Descartes en el garante de nuestro conocimiento del mundo.
No es extraño que Borges sentenciara a propósito de esto: «Yo creo que el rigor de Descartes es aparente o ficticio. Y eso se nota en el hecho de que parte de un pensamiento riguroso y al final llega a algo tan extraordinario como la fe católica. Parte del rigor y llega… al Vaticano».
Descartes ha sido llamado «el filósofo enmascarado» porque tanto su vida como su obra estuvieron envueltas en disfraces. El mismo escribió: «De igual manera que los comediantes llamados a escena se ponen una máscara, para que nadie vea el pudor reflejado en su rostro, así yo, a punto de entrar en este teatro del mundo del que hasta ahora sólo he sido espectador, avanzo enmascarado».
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Su método filosófico y científico establece una clara ruptura con la escolástica que se enseñaba en las universidades. Está caracterizado por su simplicidad —en su Discurso del método únicamente propone cuatro normas— y pretende romper con los interminables razonamientos escolásticos. Toma como modelo el método matemático, en un intento de acabar con el silogismo aristotélico empleado durante toda la Edad Media.
Intentó sortear la censura, disimulando de modo parcial la novedad de las ideas sobre el hombre y el mundo que exponen sus planteamientos metafísicos, unas ideas que supondrán una revolución para la filosofía y la teología.
Muchas de las precauciones que Descartes tomó a la hora de presentar en sociedad sus descubrimientos tenían que ver con el miedo a ser objeto de la persecución eclesiástica. Así, en 1633, cuando supo que Galileo había sido condenado por la Inquisición, decidió paralizar la publicación de su obra. Según cuenta W. Weischedel, llegó a escribirle una carta a un amigo en la que le decía: «El mundo no conocerá mi obra antes de que pasen cien años de mi muerte». A lo que el amigo respondió en broma que, puesto que la humanidad no podía privarse durante tanto tiempo del acceso a los libros de semejante sabio, tal vez habría que ir pensando en matarlo cuanto antes.
González Calero, Pedro: Filosofía Para Bufones. Ariel, Barcelona, 2007
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