«En la muy noble y muy leal ciudad de Santo Domingo á los 18 días del mes de Marzo del año de 1861. Nos, los abajos firmados, reunidos en la sala del palacio de justicia de esta capital declaramos: que por nuestra libre y espontánea voluntad, en nuestro propio nombre y en el de los que nos han conferido el poder de hacerlo por ellos, solemnemente proclamamos como Reina Señora á la excelsa Princesa Doña Isabel II en cuyas manos depositamos la soberanía que hasta ahora hemos ejercido como miembros de la República Dominicana. Declaramos igualmente que es nuestra libre y espontánea voluntad así como la del pueblo á quien por nuestra presencia en este lugar representamos, que todo el territorio de la República sea anejado á la Corona de Castilla á que perteneció antes del tratado de 18 de Febrero, de 1855, en que S. M, la Reina reconoció como Estado soberano al que hoy por espontánea voluntad de todos los pueblos, le devuelve esa soberanía y como va dicho, la reconoce por su legítima soberana. En fe de lo cual lo firmamos y rubricamos con nuestras propias firmas-Pedro Santana -general Antonio Alfau -ex-ministro Felipe Dávila- F. De Castro -ex-ministro Jacinto de Castro»

Las pérdidas, tanto materiales como humanas, fueron más que cuantiosas: los presupuestos de Guerra y Marina alcanzaron en el período 1856-1866 cerca de los 2.000 millones de reales, aparte otros 1.000 millones en presupuestos extraordinarios votados por las Cortes, con destino a sufragar las empresas de Marruecos, Santo Domingo y el Pacífico, las más costosas.
Más graves fueron las pérdidas humanas. Las de Santo Domingo se calculan en 30.000, de las cuales 25.000 correspondieron a los cuerpos expedicionarios enviados desde la Península, y los 5.000 restantes a los procedentes de Cuba y Puerto Rico. Si comparamos las 30.000 pérdidas en Santo Domingo con las 10.000 en la campaña marroquí, las 4.000 en Indochina y el millar en México, el Pacífico y Guinea, podemos tener una idea de lo que significó la guerra en Santo Domingo para España y también el poco valor que tenía para la burguesía caciquil de la época y para la Corona, la vida de los jóvenes campesinos y trabajadores (los hijos de la burguesía pagaban y se libraban).
Madrid se había dado cuenta de lo inoportuno, desde el punto de vista político, de dicho acto de incorporación, y de las grandes pérdidas militares y económicas que ello representó a la Corona.
De este modo se inauguraba una nueva etapa de las relaciones hispano-dominicanas caracterizada por la crisis cubana: por un lado, las fuertes presiones diplomáticas españolas sobre el gobierno dominicano, y por otro, el respaldo encubierto que las actividades de los independentistas cubanos encontraron en la República Dominicana.
Con todo, a pesar de la guerra, Gregorio Luperón, uno de los líderes de esta segunda independencia, escribió: «España no tiene hoy enemigos en las naciones que fueron sus colonias de América, sino hijos emancipados que son para los españoles verdaderos hermanos».
Más información en: www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/.../210141_0006.pdf
1 comentario:
Es que debería haber prevalecido ese espíritu de fraternidad, de antiguas colonias que se independizan pero que mantienen una relación cordial con España. Y no la gran difusión que tiene la llamada Leyenda Negra, a la que ahora dan bombo ciertos mandatarios nacionales iberoamericanos, pseudo-demócratas de pseudo-izquierda.
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