Las reglas de urbanidad no son más que elementales normas de convivencia.
Se vienen adquiriendo, de manera natural, desde el origen del hombre,cuando comenzó a organizarse comunitariamente y necesitó de normas mínimas de relación para facilitar la vida social.
El conglomerado de cánones que conforman la urbanidad, etiqueta y protocolo tienen como sus propósitos más básicos evitar los conflictos y facilitar las relaciones sociales.
A lo largo del tiempo (y en distintos espacios y culturas) la variedad de la etiqueta y su rigor han sido muy variadas.
El historiador Herodoto cuenta que el rey Deyocés de los medos, promulgó una disposición que estipulaba que nadie podía reír o escupir en supresencia. Por su parte, Chaka, jefe supremo de los zulúes, disponía la pena capital para quien carraspeaba o estornudaba en su presencia.
La etiqueta española también se caracterizó por su severidad; llegó a sus mayores extremos en el reinado de Felipe II (1527 - 1598) y elevó hasta la condición de auténticas divinidades a los soberanos.Por ejemplo, una de las reglas de comportamiento real ordenaba categóricamente que los monarcas nunca debían reírse. Por lo tanto, las sonrisas y las alegrías tuvieron que erradicarse de la Corte de Madrid. Algunos cronistas de aquel entonces escribieron que Felipe IV (1605 -1665) sólo se rió en tres ocasiones durante su vida. Otra curiosidad de la normativa protocolar hispana establecía que los pies eran toscos y vulgares, motivo por el cual se decretó que sus majestades carecían de ellos y nadie en la corte podía nombrarlos. En una ocasión,Ana de Austria (1543 - 1580), cuarta esposa de Felipe II y madre de FelipeIII, recibió de regalo unas primorosas medias de seda; a la autoridad provincial que se las obsequió con la mejor intención, se le reprendió con sequedad y se le recordó de mala manera, y amenazadoramente, que la reina no tenía pies.
Istvan Rath-Vegh, en su libro Historia de la estupidez humana, relata otro episodio que deja al descubierto los excesos de la antigua etiqueta española. Nadie, que no tuviera sangre real y que estuviera expresamente autorizado para hacerlo -como por ejemplo los ayudantes de cámara- podía tocar a los reyes de España. En una oportunidad, una soberana castellana fue arrastrada varios metros por un caballo encabritado, que la derribó de la montura, mientras paseaba. Dos oficiales que la escoltaban, a duras penas pudieron sujetar la cabalgadura, luego le liberaron el pie, que había quedado trabado en el estribo y le salvaron la vida. Los nobles caballeros, una vez que depositaron delicadamente a la reina en el pasto, montaron prestamente sus corceles y se dirigieron sin demora hacia la frontera. La atravesaron y escaparon de la pena de muerte, que era la sanción que correspondía a quienes tocaban al rey o a su esposa.
Felipe III (1578 - 1621), hijo de Felipe II, casi pereció por culpa de las exigentes normas reales. Un día de mucho frío, mientras trataba de calentarse al lado de la chimenea, sin que él se diera cuenta a tiempo, su ropa empezó a arder. Estuvo a punto de morir achicharrado por el fuego, porque los lacayos, que observaban aterrorizados el espectáculo, no se atrevían a tocarlo para apagar las llamas. Finalmente vencieron los temores y sofocaron el incendio. En esa oportunidad, el monarca perdonó a los que lo salvaron.
En cuanto a la moda de la corbata, refiere István Rath-Vegh, que esta surgió en la época de Luis XIV, cuando un día el Rey Sol se amarró un trapo al cuello y servilmente la aristocracia corrió a imitarlo...
PD. Y en los tiempos de Luis XVI se puso de moda el color Caca Dauphin, en honor a la evacuación amarilla que dejaba en sus pañales el pequeño hijo de María Antonieta...
No hay comentarios:
Publicar un comentario