martes, 9 de febrero de 2016

El experimento del buen samaritano

En esta famosa parábola, un rabino y un levita ignoran a un hombre herido y siguen su camino, mientras que un samaritano es el único que se detiene a brindarle ayuda
Darley y Batson llevaron a cabo un experimento en 1978 para analizar y estudiar el comportamiento altruista.
Las variables a analizar fueron la prisa del participante y lo ocupada que estaba su mente con otros asuntos. Se ha argumentado que, como los pensamientos del rabino y el levita eran religiosos y espirituales, podrían haber estado demasiado distraídos como para detenerse a ayudar.
El experimento se construyó de la siguiente manera:
Los investigadores del experimento tenían tres hipótesis que querían verificar:
1.- Las personas que piensan en la religión y en principios superiores no serían más propensos a mostrar un comportamiento de ayuda que los laicos.
2.- La gente con prisa sería mucho menos propensa a mostrar un comportamiento de ayuda.
3.- Las personas que son religiosas por beneficio propio serían menos propensas a ayudar que las personas que son religiosas porque quieren adquirir conocimiento espiritual y personal sobre el significado de la vida.
Para este experimento, se reclutaron estudiantes de estudios religiosos. Éstos tuvieron que completar un cuestionario sobre afiliaciones y creencias religiosas para ayudar a evaluar y juzgar los resultados de la hipótesis 3.
Los estudiantes recibieron una enseñanza e instrucción religiosa y luego se les pidió que fueran de un edificio a otro. Entre los dos edificios yacía un hombre herido que parecía necesitar ayuda desesperadamente.
La primera variable de este experimento fue la cantidad de urgencia impresa en los sujetos: a algunos se les dijo que no era urgente y a otros se les dijo que el tiempo era oro.
También se probó la mentalidad relativa del sujeto. A un grupo se le dijo que daría una conferencia sobre procedimientos en el seminario, mientras que al otro se le dijo que iba a dar una charla sobre el "Buen Samaritano".
Los investigadores construyeron un plan de seis puntos para evaluar el comportamiento de ayuda, que iba desde aparentemente no darse cuenta de que había una víctima hasta negarse a irse hasta que llegara la ayuda y la víctima estuviera en buenas manos.
Los resultados del experimento fueron interesantes. La prisa del sujeto fue el factor principal: cuando el sujeto no tenía prisa, casi dos tercios de las personas se detuvieron a prestar ayuda. Cuando el sujeto estaba apurado, el número se redujo a uno de cada diez.
Las personas que estaban yendo a dar un discurso sobre ayudar a otros eran casi dos veces más propensas a ayudar que las personas que iban a dar otras charlas. Esto demuestra que los pensamientos de la persona influyeron en el comportamiento de ayuda.
Aparentemente, las creencias religiosas no aportaron mucha diferencia en los resultados. Ser religioso por beneficio personal o como parte de una búsqueda espiritual no pareció tener mucho impacto en la cantidad de comportamiento de ayuda mostrado.

Más en https://explorable.com/es/comportamiento-de-ayuda
Imágenes de http://www.parkeharrison.com/

miércoles, 3 de febrero de 2016

Abelardo y Eloísa. El amor imposible

Cuando comienza esta historia corre el año 1117. En la Universidad de París enseña un profesor audaz y combativo y quizá por ello adorado por sus alumnos. Muy cerca de la universidad habita el canónigo Fulberto, acompañado de su sobrina Eloísa. Fulberto es un hombre curioso y dado al estudio, afición que contagia a su sobrina, a la que, en vez de someterla a la clásica educación femenina de la época, consistente en bordar, cocinar, coser y contar lo suficiente para no ser engañada en el mercado, le hace aprender a leer y escribir en latín y la inicia en la filosofía. ¿Qué más puede hacer? Le busca el mejor filósofo de la época; es decir, Abelardo y, para estar seguro de que las clases serán continuas, le invita a vivir en su casa. Le recomienda que sea severo con su alumna y que no dude en usar el bastón si ella se muestra desaplicada o remisa en aprender.
Abelardo encuentra en Eloísa una alumna que le honra; tiene dieciséis años, Abelardo treinta y ocho; lo cual es casi el umbral de la vejez en aquella época. 
Abelardo es un seudónimo, pues su nombre auténtico es Pierre Berenguer. Eloísa ve en él no sólo el filósofo, sino el hombre célebre y admirado por todo el mundo, a pesar de que Abelardo es un vanidoso extraordinario. Después de su tragedia escribirá un libro, Historia Calamitatum, en que pinta, con los mejores colores que pueda encontrar su vanidad, el éxito de sus clases: «el entusiasmo multiplicaba el número de oyentes de mis dos cursos; la gloria que les proporcionaban los beneficios, ya la sabéis; mi fama debió de llegar hasta vos».
Eloísa quedó embrujada por el aura que envuelve a su maestro, que ya se ha fijado en las cualidades no sólo morales e intelectuales sino también físicas de su alumna: «físicamente no estaba mal, pero, por la extensión de su saber, se distinguía entre todas». Abelardo es hombre que no puede vivir sin mujeres y decide conquistarla: «viéndola, pues, adornada de todos los encantos que atraen a los amantes, pensé en unirme a ella y creí que nada me sería más fácil que conseguirlo. Tenía tal reputación, tal gracia de juventud y de belleza que jamás pensé que nadie pudiese rechazarme, fuera cual fuese la mujer que yo honrase con mi amor». Mayor vanidad y mayor orgullo son difíciles de encontrar: «vivimos primeramente reunidos bajo el mismo techo, después unidos por el corazón. Los libros continuaban abiertos mientras, entre nosotros, brotaban más palabras de amor que de filosofía, más besos que explicaciones».
Lo que no debía suceder sucedió: Eloísa queda embarazada. Abelardo,queriendo evitar que Fulberto en un momento de furor asesinase a su sobrina, la rapta y la envía a Bretaña, a casa de una hermana suya. Eloísa da a luz un niño al que le dan el nombre de Astrolabio (¡!)
Fulberto, como es natural, se indigna y Abelardo ofrece una reparación: se casará con Eloísa, pero a condición de que el matrimonio sea secreto, pues de ser público perjudicaría su carrera. Fulberto acepta, pero Eloísa se niega a ello; no quiere perjudicar el porvenir de su carrera. Abelardo está destinado a ser una lumbrera de la Iglesia: «qué perjuicio causaríamos a tan santa institución, cuántas
lágrimas costaría a la filosofía; sería inconveniente y deplorable ver a un hombre a quien la naturaleza ha creado para el mundo entero sujeto a una mujer y aplastado por un yugo deshonroso». Para convencer a Abelardo, Eloísa cita a san Jerónimo, a san Pablo, a Sócrates, a Platón y a todos los filósofos y padres de la Iglesia habidos y por haber. Abelardo no está convencido; Eloísa continúa negándose a casarse con él: «en verdad, el nombre de esposa parece más sagrado y más sólido, pero siempre he creído mejor el de amante, y te pido perdón por decirlo, el de concubina o de prostituta, pues cuanto más me humillo por ti más espero comprensión y esta humillación no quiere empañar ni un ápice el esplendor de tu gloria». Todo es en vano; Abelardo quiere casarse y se celebra la ceremonia en secreto. Fulberto lo rompe intentando desprestigiar a Abelardo; quiere humillar también a Eloísa, y para evitarlo Abelardo la conduce a la abadía d'Argenteuil, en donde se viste con hábitos monjiles. Fulberto cree entonces que Abelardo quiere deshacerse de su esposa y una noche unos sicarios pagados por él se introducen en la habitación de Abelardo, y sujetándole fuertemente, le castran.
Cuando Eloísa se entera del suceso cree morir de dolor, no tiene vocación religiosa y no vive más que para amar a Abelardo, que desaparece sin dar señales de vida durante más de doce años. Se ha escondido en un monasterio bretón, donde escribe su ya citada Historia Calamitatum. Eloísa, enamorada le escribe: «por fin sé de ti. Me perteneces por un lazo sagrado y todo el mundo sabe que te he amado siempre con un amor inmortal, pues mi alma no estaba en mí, sino contigo y si ahora no está contigo no está en ninguna parte del mundo». Abelardo le responde con una carta llena de expresiones espirituales; el tiempo y, tal vez, la castración han eliminado sus deseos.
Eloísa es nombrada abadesa del convento del Paráclito y Abelardo va a predicar allí. Él quería pasar el resto de su vida en este lugar discreto y tranquilo, pero ¿qué haría un hombre, aun eunuco, en un convento de monjas? Todo el mundo se escandalizaría. Juzga inconveniente el proyecto y parte hacia París.
La correspondencia entre Abelardo y Eloísa continúa: por un lado, las exaltaciones de amor; por otro, consejos espirituales.
Poco a poco el tiempo va calmando los ánimos; el amor continúa y Abelardo recibe autorización para volver a enseñar. En Champagne abre una escuela que llega a reunir tres mil estudiantes. Por sus teorías entra en conflicto con la Iglesia, que reconoce su gran valía, pero también ve en él un elemento peligroso para la ortodoxia. Al final de sus días Abelardo es un simple hermano en un convento y Eloísa le sobrevive veinte años. Cuando muere nadie se acuerda de lo sucedido y, convertida en una madre abadesa respetada y querida, entrega su alma a Dios.
La Historia Calamitatum y la correspondencia entre Abelardo y Eloísa han ofrecido dudas sobre su autenticidad. La mayoría de los historiadores creen en ella, aunque admite interpolaciones posteriores.
Los cuerpos de los dos amantes permanecieron enterrados hasta la Revolución francesa.
Más tarde sus restos, o lo que se cree que son sus restos, fueron sepultados en el cementerio del Pére Lachaise de París.